jueves, 28 de junio de 2012

Relato: Porque todo pasa así, de repente (II)

Andrea


María lo dijo muy claro, Camila ya no está con nosotros, y lo dijo con su voz aún de niña. El teléfono había sonado varias veces. Era un día de noviembre, azul, que yo miraba desde detrás de unos cristales empañados y de vez en cuando se resbalaba una gota hasta el suelo, fría.

Ya no está con nosotros. Las palabras me sacudieron por dentro para quedarse allí escondidas. Mientras la escuchaba todo me pareció de mentira, ha sido un accidente, el azul del cielo, la noche del sábado cuando regresaban de la Spezzia, los chillidos de los niños que jugaban en la plaza, hoy es el entierro, mis pies ya no existían, ni mis piernas, sólo mi estómago lleno de palabras. Mi madre me ha dicho que os lo dijera, ella no puede hablar. Mi mirada se perdió en una gota suspendida en el alfeizar de la ventana. Mi madre ya sabe que no podreis venir pero os lo quería explicar. Y entonces María me pareció mayor, pero sólo era una niña, más pequeña que Camila que tres meses antes había cumplido los dieciocho. Esta tarde la entierran. La gota se agarraba a la madera como en un largo lamento y su redondez suspendida tiró con fuerza de ella.

Ya no está con nosotros. Pero Alejandra y yo vivimos en Barcelona y ellos están lejos. Quizás por esto no hemos regresado a Italia, porque una parte de nosotras aún imagina a Camila esperándonos en la estación o de un lado al otro del bar, con su pequeño delantal blanco y los ojuelos que se le marcaban al reir. Porque cuando sonreía se le levantaba un poco el labio y las mejillas se le redondeaban. Porque si regresamos, las palabras de María de un día de noviembre, azul y frío, se transformarían en un vacío irreemplazable.

Desde nuestro pequeño mundo inventado parece que las cosas no han cambiado. Y aunque a veces mi cabeza se sigue llenando de argumentos para convencerme sé que ya nada es igual. Esa es la única realidad, cruel y acechante con cada recuerdo. Cruel y sin vuelta atrás. Porque en este corto espacio de tiempo de nuestra vidas (poco más de dos años) tampoco está José M., ni mi amiga Eli, ni siquiera Bimba, la perra labrador de tres años, de mis nuevos vecinos, que murió de repente, hace cinco días, por la verbena de San Juan. Porque las cosas que mas importan siempre pasan así, de repente.

lunes, 25 de junio de 2012

Relato: El filólogo y la ballena

Simón había recostado la cabeza en el respaldo de la butaca. Las palabras del tratado de gramática que estaba leyendo se habían desdibujado. Había dejado resbalar el libro de sus manos, sin cuidado, hasta que quedó mal apoyado sobre sus piernas. Se había dormido. Y de nuevo, como tantas otras veces desde hacía varios meses, se le repetía el mismo sueño: una ballena de piel azulada surgía de un mar que se confundía con el cielo.

Las campanas de la iglesia repicaron doce veces. Simón se removió en la butaca y la imagen de la ballena se desvaneció en el eco de las campanadas. Justo en el momento en que las figuritas del reloj de cuco de la habitación bailaban al ritmo de un vals.

Simón emitió un suspiro profundo mientras se incorporaba para dejar el libro sobre la mesa escritorio. Miró los papeles dispersos, las gafas de pasta negra, medio escondidas entre ellos, pensó que debía guardarlas en el estuche (no lo hizo). En unos segundos había olvidado las gafas. Se fijó en las traducciones, aún por corregir, que se amontonaban en la cubeta del trabajo pendiente. Estaba cansado, y ese peso en los párpados… Y ese sueño tan extraño ¿una ballena? Qué absurdo. Los sueños son absurdos.

El mar no le gustaba, sentir la inestabilidad bajo sus pies, el regusto amargo que le subía hasta la boca, se sentía inseguro. Había sido siempre así, aunque había crecido entre pescadores siempre supo que él no iba a seguir la tradición familiar. A pesar de la brisa refrescante que le envolvía a todas horas, de las canciones que llenaban la cantina del muelle al regreso de los pescadores, del olor del tabaco de pipa, de los colores del amanecer.

Se lo repetía muy adentro, aunque entonces era muy pequeño y no entendía bien el significado de aquellos pensamientos que pasaban como ráfagas. Tenía la mirada llena de historias de naufragios y de fábulas de ballenas de piel azulada, que él engrandecía con su imaginación.

Con qué claridad recordaba aquellos años. Las tardes en las que su madre le obligaba a ir al muelle a esperar el regreso de su padre. Esperaba sobre las tablas de madera que crujían al caminar, sin apenas moverse por si cedían. Le esperaba con un hormigueo en el estómago, incapaz de comer la merienda que llevaba envuelta en una hoja del periódico dominical y que guardaba para más tarde, para cuando su padre llegara con la barca y la marrara, con los músculos tensos, marcados por la fuerza, con esa manera de andar acompasada con el oleaje.

Hasta ese momento, Simón se quedaba sentado. Hasta que intuía que las barcas aparecían bordeando el espigón, sólo un vistazo rápido. Luego volvía a notar el contacto con la madera y distraía el miedo mirando la hoja del periódico. Su afición por las palabras había empezado durante aquellas esperas.

Las palabras que con el tiempo adquirieron un orden y un sentido del que, a sus casi sesenta años, empezaba a dudar.

De nuevo sonaron doce campanadas, más seguidas, el recordatorio de la medianoche. Simón hundió su espalda curvada en el sillón. Miró el espejo que colgaba en la pared en el que se reflejaba la estantería desordenada; su título de filólogo, enmarcado en madera oscura y los rostros, inmortalizados en pequeñas fotografías, de sus compañeros de graduación.

También veía reflejada parte de su cara, que quedaba cortada por el marco. Envuelta por la penumbra de la habitación. Todo permanecía inmóvil en el espejo, reducido a una imagen de dos dimensiones. Todo carecía de respiración, atrapado en su propia realidad.

Odió aquel espejo, su reflejo, paralizado en aquella imagen descuidada, sin afeitar, los ojos hinchados y un papada que reposaba sobre el cuello del jersey ¿Quién era realmente? Por unos instantes se sintió irreal. Rodeado por los libros de gramática y los diccionarios. Los libros que parecían conocerle mejor de lo que se conocía él mismo. Él, que los poseía, que había profundizado en cada una de sus palabras, era incapaz de descifrar el significado de sus sueños.

Durante años había estado llenos de pensamientos. Le bastaba el silencio de la habitación, donde guardaba sus trabajos, sus escritos… Las palabras surgían de una manera fácil, escarbaba en ellas hasta redescrubrirlas, jugaba con ellas. . Pero ya no quedaban significados, no quedaban amigos y de la familia sólo el cuadro que había pintado un amigo de sus padres.

No sabía cuál había sido el motivo, pero hacia unas semanas que había recordado aquel cuadro. Lo había buscado en el altillo y lo había colgado junto al escritorio. Era como si hubiera entrado un soplo de aire fresco por la rendija de la ventana. Los brillos centelleaban en un mar que se mecía lentamente, tan real como en sus recuerdos, y en el centro, la casa blanca, su casa, bañada por un destello de luz de algún sol de verano. Sus padre estaban sentados en el porche con una expresión natural, cotidiana, y Simón (tendría unos tres años) se escondía entre las faldas de su madre.

Volvieron a repiquetear las campanas de la iglesia, sólo una campanada, un golpe seco. Las figuritas del reloj de cuco bailaban de nuevo al ritmo del vals. Estaba cansado, y ese peso en los párpados… ¿Soñar con ballenas? Qué absurdo.

(relato escrito para un curso de la Escuela de Escritores)

viernes, 22 de junio de 2012

ALBUM FLORES DE ARCILLA POLIMÉRICA
































Relato: Porque todo pasa así, de repente (I)

Nil


La petición de mi madre me liberó de los recuerdos del cementerio. Me gustó la idea "una despedida diferente para tu padre ¿qué te parece?, me preguntó". Hizo una mueca y me miró con los ojos un poco cerrados.

¿Lo harás?

Sabe que no creo en estas cosas. Siempre me río cuando la veo encender velas, escribir deseos en pequeños papeles, buscar días especiales, quemar incienso. La miro mientras trabajo en mi ordenador. Está bien si ella se divierte y realmente lo hace con la misma sonrisa que cuando llena la casa de flores.

¿Lo harás?

respondí

Vale me sonrió y me llenó la cara de besos ¿Qué te parece el próximo sábado, al mediodía? Si quieres puedes escribir algo... Lo engancharíamos en el globo, junto a su fotografía

No escribí nada. El día que habíamos ido al tanatorio, ya hace dos meses, me llevé mi teclado electrónico y toqué The Last Song, de Elton John. A José M. le gustaba.

Aquel día no lloré. Toqué cada nota con fuerza, con la rabia que se me escapaba por los dedos. Ésa fue mi despedida para él. No lloré, no podía hacerlo ni por mi hermana Alejandra ni por mi madre, pero las lágrimas me las llevé dentro y aún sigo con ellas en el cuerpo. En el cementerio las abracé a las dos, no podía hacer otra cosa, sobretodo cuando aquel hombre menudo y un poco encorvado, encaramado a lo alto de la escalera, intentaba sellar con cemento la piedra del nicho. Fue todo tan extraño, como si José M. se resistiera desde algún lugar. La piedra cayó dos veces y el hombre insistió hasta dejarlo todo perfecto.

Ya han pasado dos meses. Mi madre quería despedirse a su manera, algo especial, con el aire entre los árboles y los chillidos de los niños jugando en el parque. Ella se ha encargado de todo lo necesario: el globo de helio, la fotografía de José M. y un poco de alegría, aunque sea fingida, para no dramatizar el momento. Hemos escogido la parte más alta del Parque Güell, por la proximidad a nuestra casa y porque desde allí el cielo parece estar más cerca.

Mi madre ha ido todo el camino con el globo abrazado a su pecho y una hojas de color verde en la mano. Alejandra y yo la hemos seguido en silencio. Cuando hemos llegado hemos dejado las cosas sobre un viejo banco de madera. Mi hermana le ha dado un trozo de papel en el que se veían una palabras escritas en fucsia. Yo me he quedado detrás de ellas, casi espiando cómo cortaban pedacitos de celo y los colocaban con cuidado, primero para enganchar la fotografía, luego el papel de Alejandra a un lado y, en el otro, las hojas de color verde. He dejado que preparasen todo. La poca gente que había alrededor las ha mirado intentando adivinar qué hacían, pero ni siquiera se han fijado en ellos.

Yo las espiaba y ellas preparaban las cosas en silencio. Tenía ganas de acabar y largarme, me sentía pesado. Al cabo de un rato se han girado y me han mirado como si de repente se hubiesen dado cuenta de que estaba allí. Hemos cogido el hilo que colgaba del globo y nos ha dado un tirón al soltarlo. Mi madre lloraba y Alejandra se mordía los labios.

Un José M. borroso nos observaba desde arriba. Los tres le mirábamos y no me atrevía a bajar la cabeza. Ha ascendido muy lento y ha habido un momento en que parecía que caía, supongo que mi madre no había pensado en el peso de las hojas de color verde, y entonces ha empezado a correr "por favor sube, sube ha gritado" hasta que la brisa se lo ha llevado, ha rozado las hojas de los árboles y ha desaparecido.




Alejandra


Cuando me he despertado los ángeles me sonreían desde la mesita de noche. Antes los tenía en la estantería blanca, junto a los libros, pero cuando papá murió a principios de verano, no sé por qué, los cambié de lugar. Los ángeles me los había regalado mamá; eran blancos y suaves y yo los había pintado de dorado, con motitas brillantes de purpurina.

Mientras ellos me miran recuerdo que hoy es sábado y que al mediodía iremos al Parque Güell para despedirnos de papá. Mamá me preguntó si quería escribirle una nota. He decidido hacerlo, pero la verdad es que no sé que decirle después de un año que no le veía, y ahora está muerto ¿Cómo puedo despedirme de él con unas pocas palabras? Cómo explicarle que me he sentido tan olvidada, tan insignificante. Muchas veces telefoneaba, pero al móbil de mamá aunque le preguntara siempre por mí. Le decía que seguíamos siendo sus chicas ¿Por qué nunca me llamaba? "Se siente inseguro decía mamá" Y yo sentía que le odiaba. Y ahora, de repente, ya no está.

Desde el día del accidente tengo nauseas. Ha sido un verano extraño, no he podido quedarme en casa aunque él hacía mucho tiempo que vivía en otro lugar. He intentado no pensar; he viajado; salido por las noches con mis amigas; he subido en helicóptero, en parapente, cosas impensables en mí por el miedo que siempre he sentido a volar.

Ayer empezó otoño y hay muchas cosas nuevas en mi vida que nunca le podré explicar. He empezado la Universidad y a trabajar unas horas en una guardería. No es esto lo que voy a escribirle en la nota, realmente no sé lo que escribiré, pero he decidido hacerla y ponerla en el globo junto a su fotografía. Escribiré en tinta fucsia, es un color bonito. Quizás la magia de la que habla mamá sea cierta. Nil no cree en estas cosas, pero necesito pensar que mis palabras le llegaran allí donde esté.

jueves, 21 de junio de 2012

Tulipán



El tulipán simboliza el romance y la fidelidad, una declaración de amor sincera.

Tulipanes amarillos: Pensamientos alegres, amor desesperado
Tulipanes blancos: Perdón
Tulipanes morados: Realeza, modestia
Tulipanes amarillos: Pensamientos alegres, amor desesperado


Una leyenda cuenta que el principe Farhad se enamoró de una doncella llamada Shirin.
Pero Shirin murió y fue tanta la pena de Farhad que se suicidó al precipitarse con su caballo en un desfiladero. Cuenta la leyenda que un tulipán rojo surgió de cada gota de su sangre.

En el lenguaje de las flores el significado del tulipán es:
Tulipán multicolor: Sueño con un amor loco y extravagante
Tulipán blanco: Mi amor por ti es extremo
Tulipán amarillo: Estoy locamente enamorado
Tulipán negro: Sufro mucho
Tulipán rojo: Simboliza el amor eterno
Tulipán doble: Tendremos éxito como pareja
Tulipán jaspeado: Tienes unos ojos preciosos

ROSAS

(Rosa blanca, elaborada con arcilla polimérica)

En el lenguaje de las flores las rosas tienen diferentes significados según su color:

Rosas de color rojo intenso:       amor para siempre

Rosas de color rojo:                  amor y pasión

Rosas rojas y blancas:                vivamos juntos o la pureza de un amor apasionado (platónico)

Rosas rosas:                              amor verdadero"te quiero de verdad". También representa amor y
                                                 amistat

Rosa carmesí:                            si me quieres lo descubrirás

Rosa lavanda:                            flechazo, me he enamorado de ti

Rosa negra:                               mi amor por ti perdudará para siempre

Rosa malva:                               tristeza, nostalgia

Rosa azul:                                  paciencia, espera eterna

Rosas amarillas:                         celos y envidia, cuando hay una relación de amor, infidelidad
                                                 podemos regalar rosas de este color cuando queremos felicitar
                                                 a un amigo

Rosas blancas:                          elegantes y sobrias, se asocian con la pureza y la inocencia

Rosas rojas y amarillas:             felicitación

Rosa de los Alpes:                    quiero ser digno de ti

Rosa salvaje:                            te seguiré a todas partes

Rosa del te:                              nuestro amor será fértil

Rosa de Navidad:                    líbrame de mí angustia

12 rosas rojas:                          petición de matrimonio

AMAPOLA

(Amapolas, elaboradas con arcilla polimérica)

Flor salvaje y delicada de extrema fragilidad. Simboliza el reposo, la tranquilidad, el consuelo y el entusiasmo.

En el lenguaje de las flores representa la individualidad, la sensación propia de las personas que son o se sienten especiales y amantes de la vida

miércoles, 20 de junio de 2012

FLOR DE SAKURA


(Flor de Sakura, elaborada con arcillas poliméricas)

FLOR DE SAKURA

En el lenguaje de las hierbas de China, la flor de Sakura simboliza el amor.

También es un símbolo de poder. Representa la sexualidad y, a menudo, la dominación y la belleza femenina.

En Japón la flor de Sakura es una metáfora de vida. Un breve y brillante instante de florecimiento. Flores delicadas que el viento las hace caer y no deja que se marchiten en el árbol. 

Este simbolismo tiene relación con parte el código de los Samurais, la flor del cerezo era su emblema.

Los japoneses, una vez al año, se reúnen para celebrar el Hanami (la tradición de mirar y observar las flores). Admiran el florecimiento del Sakura como si fuera un espectáculo de cuento porque, tras superar un duro invierno, este árbol comienza a llenarse de pequeñas flores que anuncian el principio de la primavera.