miércoles, 22 de agosto de 2012

Relato: Un día de Agosto

Una de las cosas que la vida me roba con los años es el sueño. A cambio me regala tiempo. Largas horas de silencio de las que los pensamientos se apoderan sin compasión. "Y si...". Giulia, mi hija, que no para en casa, con la moto arriba y abajo, come mal, duerme poco. "Y si..." ¿Cuanto tiempo aguantará? Y Mía, mi perra que, con este calor sofocante de Agosto, parece no existir. Entre medio, algún que otro flash que no sé de donde llega. Imágenes de blanco y negro.

"Y si...". Hoy mi hija se va de vacaciones. Mil doscientos kilómetros, conducidos de noche. Ella sólo piensa en el agua fría del Atlántico y a mí, en cambio, se me llena la cabeza de bochorno, de cansancio, de prisas por llegar. Pensamientos de madre.

Al final, el sueño me coge desprevenida con los primeros hilos de luz y a media mañana me despierto con resaca, el cuerpo sudado y el camisón pegado a la piel. Mía baja de la cama entre bostezos y se tumba sobre las baldosas con la esperanza de poderse refrescar un poco, con los ojos medio cerrados y las patas que parecen más largas de tan estiradas. Escucho ruido en la habitacón de Giulia. Ruido de bolsas de plástico, roze de ruedas en el suelo y el golpeteo rápido de sus pisadas. Abro un poco la puerta y el calor suspendido en el aire se me echa encima. La veo intentando embutir ropa, zapatos, trastos de playa y la plancha para el pelo dentro de una maleta de cabina de avión, como si marchara para siempre. Cambia de maleta, le digo, no lo podrás poner todo. Sí, me va a caber, déjala, no, déjala y vamos a comer a la plaza. Ella me mira con la cara encendida y el flequillo pegado a la frente.

Mi hija es activa, constante, con un cuerpo menudo, una larga melena rubia (ahora teñida de oscuro) y una mirada verde. Tiene veintidós años, pero aún manteniene la coraza y la rebeldía de la adolescencia. Me apoyo en la puerta. Déjala, luego te haré yo la maleta, de acuerdo, me contesta, quiero macarrones. Noto una gota de sudor que resbala con pereza por mi espalda. Como tantas otras veces, me pregunto si me estaré equivocando. Pero ahora qué importa. Prefiero dejarlo para más tarde, para otra noche, como tantas otras, callada y sofocante.